28 de enero de 2018

46º  CARTA
Junio de 2011

       Querido Pablo:

       Me peguntabas hace unos días cómo es mi rutina diaria, cómo me organizo y qué tipo de actividades puedo hacer en mis actuales circunstancias, así que voy a satisfacer tu curiosidad; te advierto que llevo una vida de lo más tranquila y casera, pero no por mi gusto, vive Dios, si no por absoluta necesidad ya que de momento sigo con los pies bastante inflamados y me cuesta mucho caminar. Voy todo el día en chancletas porque no me cabe ningún otro calzado, o sea, derrochando glamour a cada paso. Quién me ha visto y quién me ve. ¿Te acuerdas de mis taconazos de antaño…?
       Me levanto a las siete de la mañana con gran dolor de corazón, pues ya sabes tú lo que odio madrugar, tomo medio desayuno y salgo renqueando hacia el hospital; en circunstancias normales me costaría un cuarto de hora escaso llegar, pero ahora tardo el doble y voy resoplando. A las ocho y media empiezan los tratamientos, yo soy la segunda y el señor que va delante de mí (un prostático) se llama nada menos que Julio Iglesias. Cuando me llega el turno, me quito la ropa de cintura para arriba, me tumbo en una camilla y entre dos enfermeras me acomodan en el sitio exacto, cosa nada fácil a juzgar por lo que me zarandean hasta que logran colocarme en la postura correcta. A continuación ponen la máquina (“acelerador primus” se llama) en marcha y me sueltan cinco ráfagas de radiación; tres cortas y dos más largas, que duran en total poco más de un minuto.
       Lo que me sigue resultando muy chocante es que no se note nada, ya te lo decía en otra carta, ni siquiera algo de calor o de escozor en la piel; no se si será por la crema que me doy tres veces al día no he notado ningún tipo de reacción exterior ni interior, nada de nada.

       Bueno, sigo. Cuando termino, de nueve a nueve y cuarto más o menos, vuelvo a casa para tomar la segunda parte del desayuno, que a las siete tengo poco apetito y sólo me apetecen un par de galletas y un zumo; descanso un rato, voy a comprar y emprendo sin demasiado entusiasmo las tareas domésticas.
Mi hijo viene a comer y así tengo compañía y charla de sobremesa; después hago un rato de sofá y lectura y cuando Diego se va al despacho organizo mi plan para la tarde: ir al cine, pasear, hacer recados, ver alguna exposición de pintura, quedar con parientes y amigos… Procuro salir todos los días por la mañana y por la tarde, aunque suelo volver pronto a casa por el maldito cansancio; ceno temprano, veo la tele un ratito y como estoy bastante soñolienta me acuesto a unas horas muy prudenciales. Es curioso, duermo mucho y tengo buen apetito; si consiguiera eliminar los líquidos de marras y desinflarme estaría bastante bien.
       Ayer tuve un día más intenso de lo normal porque cuando salí de la sesión de radio tuve que ir a que sacaran sangre para hacerme los análisis que pidió la oncóloga. Esta vez me ha tocado ir a la planta de Consultas Externas, o sea, a la normal, donde va todo el mundo a que le hagan “el análisis”.
Por un lado me hacía ilusión esa normalidad, pero por otro lado ha sido un latazo porque había una cola monumental a pesar de que estaban sacando sangre ocho enfermeras.
En fin, que me he tirado más de media hora de pie y he acabado bastante cansada; además me he enterado de que por culpa de la quimio tengo, según la enfermera que me ha pinchado, “venas bailonas”. ¿Habías oído eso alguna vez?   Yo me he quedado la mar de perpleja. Por lo visto, en el momento de ir a clavar la aguja la vena se mueve, como si se escurriera, y le ha costado varias intentonas pillármela.
       ¡Ya ves qué cosas tan raras me suceden últimamente!
      
       Y aquí me tienes ahora hecha un manojo de nervios, esperando que la oncóloga me diga el próximo martes si estoy curada o si los marcadores tumorales avisan que me salen las células cancerígenas hasta por las orejas.

       Yo me encuentro bien, pero ya sé que eso no significa nada porque cuando me detectan el tumor estaba estupendamente.
       Como para fiarse.
       Bromas aparte, lo estoy pasando mal estos días. No paro de pensar en el resultado de los análisis y tan pronto me siento optimista perdida, como me muero de miedo. Vaya, bipolar perdida, como dicen ahora, pero creo que con razón ¿no te parece?

       Te enviaré un mensaje en cuanto sepa los resultados. Hasta entonces, recibe todo mi cariño y un fuerte abrazo.




P.D.: No me llames hasta que recibas mi mensaje, por favor. Estoy rara y antipática, no te gustaría nada hablar conmigo. Besos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario