38º CARTA
Abril de 2011
Querido Pablo:
Ayer me levanté animadísima porque hacía,
por fin, un tiempo estupendo. Era uno de esos días de cielo azul intenso y
brisa suave que huelen a primavera y consiguen levantar hasta la moral más
hundida; pensé que este invierno asquerosamente largo se batía ya en retirada y
en un rapto de optimismo decidí abrir todas las ventanas de la casa, poner
música y lanzarme a la tarea de hacer armarios. Eso significaba hasta ahora
sacar todas las prendas del ropero y extenderlas sobre la cama, probármelas
frente al espejo y volverlas a guardar en distinto orden, sin tirar casi nada
porque la ropa me dura una eternidad; si tiro algo es porque está tan
escandalosamente pasada de moda que me da cierta vergüenza seguir llevándolo.
Eso es lo que había hecho hasta ahora,
pero ayer fue distinto, por desgracia. Empecé poniéndome mis prendas favoritas,
los vaqueros (sí, a mi avanzada edad sigo usando vaqueros) y todos me venían
anchos de cintura porque he perdido tres o cuatro quilos; tendré que llevarlos
a estrechar. Luego me probé las faldas y vi que las más largas me quedaban
bien, pero las que llegaban sólo hasta la rodilla no, porque dejaban al
descubierto unas venillas rojizas feísimas que me están saliendo en los
tobillos y en las pantorrillas por culpa de la quimioterapia, que debe socarrar
las venas.
Pasé revista luego a las camisas y
camisetas, y las que tienen manga bien, pero las de tirantes me quedaban
rarísimas en la zona de la axila operada, y no te quiero ni mencionar el tema
de los escotes porque casi lloro al ver cómo me sentaban.
Bueno, o
cómo me pareció a mí que me sentaban, porque mi hermana llegó en ese momento y
me dijo que ella me veía de lo más normal; después lo estropeó añadiendo que
estoy loca si pienso que la gente se va a fijar en mí, que a la vejez viruelas.
Total, y termino ya con estos detalles
frívolos, que cogí una bolsa grande de basura y metí dentro todas las prendas
que me parecieron impresentables.
A
continuación llamé a mi amiga Elena, que es una auténtica “fashion victim”, y
quedé con ella para una sesión maratoniana de tiendas, que para eso la he
nombrado desde hace tiempo mi asesora de imagen o “personal shoper”.
Me cansé
bastante, pero lo pasamos bien, compré algunas cosas que me gustaron y al
terminar nos sentamos, por primera vez desde el pasado verno, en una terraza al
aire libre; llevábamos cazadoras recias y bien abrochadas, pero aunque soy
muy friolera me encontraba
la mar de a
gusto allí, respirando aires primaverales, charlando de cosas intrascendentes y
viendo pasar a la gente.
Bueno, no iba a hacerlo, pero te voy a
contar el incidente del probador; te vas a reir de mí, ya lo sé, pero te lo
cuento de todas formas.
Elena se
empeñó en que me probara una falda vaquera muy estrecha y no me preguntes cómo
diablos lo hice porque no tengo ni idea, pero cuando intenté quitármela me
quedé atascada, con los brazos en alto aprisionados por la falda y la cabeza
completamente tapada ¡como si estuviera metida en un saco! Forcejeé todo lo que
pude, pero la dichosa falda ni subía ni bajaba; no podía mover los brazos, que
se me cansaban de tenerlos en alto, empecé a notar pinchazos en el hombro malo,
no veía nada y me estaba asfixiando en aquél probador tan pequeño.
¡Qué horror, era como una pesadilla
surrealista!
Por fin,
agachándome todo lo que pude hasta ponerme casi de rodillas fui tanteando la
puerta y logré descorrer el pestillo y llamar a Elena, que después de reírse
todo lo que le dio la gana viéndome en bragas y embutida dentro de la falda
consiguió quitármela, pero dando un tirón tan fuerte que me arrancó de cuajo la
peluca y las gafas y las lanzó por los aires casi hasta el techo. Las gafas
cayeron al suelo y afortunadamente no se rompieron, pero la peluca saltó por
encima de la puerta y fue a parar al probador contiguo, ¿te lo puedes imaginar?
Elena y yo nos petrificamos esperando oir los alaridos de terror de alguna
pobre mujer a la que le hubiese caído encima mi peluquín, pero no se oyó nada y
Elena se arriesgó a salir a recogerlo del otro probador que, como podrás
imaginar, estaba vacío. No, si encima resultará que tuvimos suerte…
Yo estaba empapada en sudor, medio
mareada y con los brazos doloridos, así que me planté la peluca de cualquier
manera sin echar una mirada al espejo y salí tan disparada de la tienda que no
me percaté de que me la había puesto del revés, con los pelos de la nuca en la
frente y el flequillo tieso en el cogote. Y claro, al cabo de un rato noté que
me empezaba a doler la cabeza una barbaridad y que se me estaba incrustando la
peluca detrás de las orejas y en la frente, cosa que no me había sucedido hasta
aquel momento; tuve que arrastrar a Elena dentro de la primera cafetería que
vi, meterme corriendo en el baño y acomodarme los pelos en su sitio, después de
meter la cabeza debajo del grifo del lavabo para recuperarme de tanta
sofoquina.
Moraleja
de esta historia: No volverme a meter sola en un probador estrecho en mi vida,
y si me veo obligada a hacerlo no correr jamás el pestillo, por si acaso…
Bueno, si ya has terminado de reírte de
mí sigue leyendo la carta, que ya queda poco. ¿Sabes que dentro de unos días me
pondrán el PENÚLTIMO GOTERO?.
Ya te contaré como me ha ido. Tengo tantas
ganas de acabar qie si los análisis no salen bien y me tienen que retrasar la
dosis me voy a llevar un disgusto tremendo.
En fin, no quiero ser gafe, voy a pensar
que no habrá problemas y que ya estoy a punto de tocar la línea de meta. ¡Cruza
los dedos!
Hasta pronto. Un beso, con todo mi cariño
para tí
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