28 de enero de 2018

41º  CARTA
Mayo de 2011

       Querido Pablo:

       Aquí me tienes tan a gustito, con la ventana abierta de par en par y el sol entrando hasta el pasillo ¡aleluya! Estoy escuchando unas cassettes prehistóricas que encontré hace unos días arrinconadas en un baúl y cuando te diga los títulos de algunas canciones vas a soltar unos lagrimones como puños de nostalgia: “Et maintenant” de Becaud, “Ma vie” de Aznavour (era larguísima ¿recuerdas?, y como te tocara bailarlar con algún pelmazo se hacía eterna), “La nuit” y “Mis manos en tu cintura” de Adamo y como remate final, “Mediterráneo” de Serrat, que a mí me volvía loca, ¿te acuerdas?.
               Por si no lo sabías, un amigo francés me dijo que la traducción correcta de la canción de Adamo era “Mis manos en tus caderas”; supongo que la censura de la época intervendría, considerando que las caderas están peligrosamente cerca de las nalgas…

       Lo que son las modas, las canciones de nuestra adolescencia y juventud eran en francés o en italiano, yo creo que hasta la llegada de los Beatles y de los Rollings no empezamos a oir cantar en inglés. Qué antiguo suena todo esto, por Dios…
       Bueno, regreso al siglo veintiuno. Además de oir canciones antediluvianas sigo dedicada a diversas terapias ocupacionales, algunas gratas y otras un poco deprimentes, como la de hace unos días. Ya te conté que, animada por el buen tiempo, me había lanzado a comprar bañadores ortopédicos ¿no?. Pues días más tarde emprendí la tarea contraria, o sea, deshacerme de los bañadores normales que ya no puedo usar, entendiendo por bañadores “normales” los diseñados para dos tetas, naturales o siliconadas.
               Me puse a la tarea muy decidida y cuando tuve en la mano los bañadores en cuestión los vi tan nuevos y tan bonitos que fui incapaz de tirarlos a la basura y se los he regalado a una de mis primas; serán manías propias de señora mayor, pero me cuesta muchísimo tirar cualquier cosa en buen estado, ya sea comida, ropa, libros viejos… Siempre intento reciclarlos de alguna manera.

       El caso es que este asunto de los bañadores me hizo recordad una anécdota bastante chusca y te la voy a contar para que te rías un rato a costa de mi hermana y de mí, que somos las protagonistas.

       Fue hace dos o tres veranos, cuando estábamos pasando unos días en Segur de Calafell. Volvíamos de la playa a la hora de comer y al llegar a casa yo me quedé en las duchas comunitarias del patio y mi hermana subió para acicalarse en casa. Estaba yo todavía abajo, acabando de secarme, cuando vi a mi hermana asomarse a la terraza para tender su bañador. Lo sacudió enérgicamente y entonces vimos, petrificadas ambas de horror, cómo salía disparada su prótesis, daba un par de volteretas en el aire y caía en el jardín de los vecinos del bajo. ¡Se había olvidado de sacarla cuando aclaró el bañador!
       Subí corriendo a casa y encontré a mi hermana histérica perdida, se negaba en redondo a bajar ella sola a reclamar la prótesis volandera y yo me ahogaba de risa imaginándome la escenita. Por fin conseguimos calmarnos un poco y bajamos las dos, pero no había nadie en la casa, así que estuvimos el resto de la tarde asomándonos a la terraza cada media hora para ver si llegaban los vecinos, un matrimonio mayor y muy estirado de Barcelona. Calcula nuestro horror cuando a eso de las nueve de la noche vimos aparecer al nieto veinteañero de los vecinos, acompañado de dos o tres amigotes. Mi hermana se negó categóricamente a pedirles a ellos la dichosa teta, y a mí me daban escalofríos imaginando que salieran al jardín y se la encontrasen por el césped o floreciendo en una maceta ¿te imaginas la escena? Vamos, digna de una película de Almodóvar o peor aún, de Santiago Segura.
       Afortunadamente, los chicos no hicieron más que dejar el equipaje y se largaron en coche, seguramente a Calafell o a Sitges a correrse alguna juerga, así que esperamos un ratito por precaución y bajamos armados con linternas a invadirles la propiedad.
Nos colamos en el jardín saltando la verja con la agilidad de dos morsas y sólo nos faltaban los chandals oscuros y los pasamontañas para tener toda la pinta de unos cacos profesionales; recorrimos el jardín a cuatro patas durante un rato que nos pareció eterno, pendientes de todos los ruidos y rezando para que no nos viera algún vecino y llamara a los Mossos d’Escuadra, hasta que localizamos la prótesis en medio de un macetón de geranios y pudimos largarnos de allí a toda prisa. Menos mal que tuvimos la suerte de no toparnos con nadie, y también de que la prótesis fuera a parar a los geranios y no sobre unos cactus terroríficos que había a medio metro escaso.

       No te veo, pero sé que te estás riendo de nuestras peripecias. No me importa, te le he contado para eso y para que veas que estoy animada y de buen humor. Es que si todo va bien el próximo martes me pondrán el último gotero. ¡EL ULTIMO! ¡Estoy contentísima!

       Ya te diré como me ha ido la sesión, pero vaya como vaya me dará igual. ¿Te lo puedes creer? ¡¡He terminado el tratamiento de quimioterapia!!

¡Besos y abrazos!

Tuya

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