26 de enero de 2018

32º  CARTA
Marzo de 2011

       Querido Pablo:
       Esta tarde he tenido un pequeño percance que me ha hecho recordar un par de anécdotas protagonizadas por las cancerosas de mi familia y no sabía si reírme o llorar al acordarme. Al final he optado por la risa, que según dicen es mucho más sana y no envejece tanto como las lágrimas; por esa razón te las voy a contar a tí, para que te rías un rato y veas que tengo la moral alta y conservo el sentido del humor (negro).
       La cosa ha empezado al incrustarme en el pecho la esquina de una caja metálica que estaba acarreando; ha sido un trompazo con suerte porque me lo he dado de lleno en la prótesis, que ni siente ni padece la pobre, y en ese momento me han venido a la cabeza dos anécdotas protagonizadas por mi madre y mi prima Laura, ya sabes, mis precursoras en esto del cáncer de las narices...
       Pues resulta que mi madre era muy aficionada a la costura, hacía toda clase de labores y tenía la malísima costumbre de clavarse las agujas y los alfileres en la prótesis mientras iba cosiendo, porque decía que así no se les caían al suelo ni se quedaban perdidas por cualquier asiento (una vez mi padre se clavó una aguja olvidada en "su" sillón y se puso como un basilisco). A nosotros los de casa no nos llamaba la atención esa manía suya, estábamos acostumbrados a verla en plan fakir, pero un día vino el cartero con un certificado y mi madre le abrió la puerta tan campante, con la teta derecha convertida en un alfiletero. El pobre hombre no dijo ni pío, pero debió quedarse horrorizado; aún me acuerdo de las carcajadas de mi madre cuando nos contó la historia a mi hermana y a mí, sin que mi padre la oyera porque a él no le hubiera hecho ni pizca de gracia.
       El otro incidente lo protagonizó mi prima Laura. Fue una tarde de ferragosto zaragozano, estábamos sentadas en una cafetería mi hermana y yo con Laura y sus hermanas celebrando algo, no sé el qué, la verdad, porque mi prima estaba en pleno tratamiento de quimioterapia y lo llevaba fatal la pobre; recuerdo que hacía un calor tremendo y teníamos que estar fuera el local porque se había estropeado el aire acondicionado y no teníamos fuerzas ni para levantarnos de las sillas y marcharnos a otra cafetería. Laura, que llevaba bien encasquetada su peluca de melena larga, se levantó de repente con un "¡no puedo más, c...!" y salió disparada hacia el servicio de señoras. Al cabo de unos minutos reapareció la mar de ufana con la peluca en la mano y la cabeza completamente calva chorreando agua y brillando al sol como un espejo. Imagínate el impacto que causó en el resto de los clientes de la cafetería, en los camareros y en los transeúntes, que eran muchos porque estábamos nada menos que en la terraza del café Levante. ¿Recuerdas aquellos "cubanos" y aquellos granizados de café? Anda, echa una lagrimita al evocarlos desde tan lejos...
       Ahora que lo pienso, yo también pasaré el verano calva y empelucada, porque termino el tratamiento a finales de mayo y no creo que pueda lucir un pelo decente hasta el otoño como mínimo. Bueno, como dice Montse, mi amiga de Segur de Calafell, ya iremos haciendo; no voy a preocuparme ahora del verano, aún faltan unos meses y me quedan todavía unos cuantos obstáculos por salvar.
       Te dejo, estaba entretenida contándote estas batallitas y me acabo de dar cuenta de que se ha hecho muy tarde.
       Como siempre, te mando todo mi cariño y un fuerte abrazo.

       Nekane.



P.D.- Tengo que confesarte algo que me abochorna un poco. Cuando me dijiste hace unos días que tal vez podrías venir un fin de semana me alegré mucho, por supuesto, pero a la vez me daba una rabia tremenda que me encontraras así de birriosa y deteriorada. Y cuando al final te ha resultado imposible venir lo he sentido mucho y me ha parecido una ridiculez enorme haberme preocupado de mi aspecto, menuda tontería. En fin, no me tengas en cuenta estos arrebatos de vanidad, es que a veces me deprimo un poco al verme tan desmejorada.
Bsss.
      



No hay comentarios:

Publicar un comentario