28 de enero de 2018

44º  CARTA
Junio de 2011

       Querido Pablo:

       Hoy me han llamado del hospital para avisarme de que empezaré las sesiones de radioterapia el próximo martes; como puedes comprobar, todos mis tratamientos comienzan en martes, dando plenamente la razón a ese refrán tan grosero que dice “Martes, de mierda te hartes”. Perdona este principio tan soez, pero es la frase que me ha venido a la cabeza cuando me han dado la noticia. Claro que si me pongo en plan pensamiento positivo (qué asco) tengo que reconocer que para terminar con toda esta historia tendré que empezarla ¿no? En el fondo lo que pasa es que estoy muerta de miedo porque he oído cosas tremendas de la radioterapia, pero también me habían dicho horrores de la quimio y al final no ha sido tan malísima como me temía.

       Bueno, pronto comprobaré en qué consisten esas radiaciones y cuáles son sus efectos sobre mi castigado cuerpo, y lo de castigado no es broma, llevo unos días hecha un verdadero pingo. Supongo que todas las porquerías que me han ido metiendo en vena durante estos casi seis meses se me han acumulado en el organismo y son la causa de todas las molestias que padezco últimamente. No me gusta ir de víctima, ya lo sabes, ni pretendo asustarte, pero hay momentos en que necesito contar a alguien lo que me pasa y hoy te ha tocado a ti; además siempre que hablamos insistes en que te diga todo lo que me sucede, de manera que te tomo la palabra y voy a volcarte encima el saco de mis penas. ¡Allá va!
       Estoy calva, calvísima y orejuda, ya lo sabes, pero con la peluca me apaño bien; lo que más me fastidia es no tener ni cejas ni pestañas porque dan una sensación horrible de cara desnuda y totalmente inexpresiva, es un efecto la mar de raro. Además me molesta muchísimo la luz, voy siempre con gafas de sol y aún así se me irritan los ojos constantemente. También se me han deteriorado mucho las uñas, sobre todo las de los pies, pero no han llegado a caérseme como le pasó a mi prima Laura; las tengo ahora de un color entre marrón y amarillento muy raro y se me rompen con facilidad.
       Más cosas. Tengo hormigueos constantes en pies y manos, sobre todo en los pies, y me noto insensibles algunas zonas; a veces voy caminando y no noto el suelo, es como si llevara unas almohadillas acolchadas en las plantas de los pies. También retengo líquidos. Por la noche llevo los tobillos y los pies hinchados y algunos días se me inflaman las piernas enteras e incluso los brazos y las manos; por las mañanas estoy mejor, me voy cargando a lo largo del día aunque procuro hacer todo lo que recomiendan en estos casos: beber mucho agua, caminar todos los días un buen rato, poner los pies en alto cuanto estoy sentada, hacer pediluvios de agua tibia salada… No me sirve de mucho, pero yo hago lo que puedo por mejorar mi situación.
       Para terminar con mis quejas te diré que a pesar de que tengo bastante apetito, encuentro toda la comida sosísima. Me habían advertido que tendría un sabor de boca muy desagradable, como metálico, y no es así, ¡menos mal!, pero hay alimentos como el pan, la pasta y el arroz que no me saben a nada. En cambio, me vuelvo loca por los encurtidos: pepinillos, aceitunas aliñadas, anchoas en vinagre, pimientos del piquillo…
Ya ves qué caprichosa estoy, casi como durante el embarazo, que me dio por atiborrarme de churros y no podía soportar el olor de los espárragos.
       ¡Ya está, ya no te cuento más desgracias! Y termino, porque he quedado con unos compañeros de trabajo muy cariñosos que me llaman con frecuencia; lo paso estupendamente con ellos porque también son muy aficionados al cine y a la lectura, tenemos gustos muy parecidos y nos cambiamos bastantes libros.
       No hagas mucho caso de mis jeremiadas, son bajones de ánimo y se me pasan pronto. La mayor parte del tiempo estoy bastante animada.


       Te mando un gran abrazo,

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