16ª CARTA
Querido Pablo:
Esto
te lo cuento solo a tí de forma absolutamente confidencial, y como te atrevas a
repetírselo a alguien, a quien sea, lo negaré y además te retiraré el saludo
durante una temporada. Es que en el fondo me da cierto bochorno contarlo,
aunque lo chusco del caso es que mi desmadre ha resultado de lo más eficaz. En
fin, menos rodeos y al grano: Ayer me levante con ánimo guerrero y tras
enjaezarme con los pendientes de perlas y el abrigo de piel de mi madre me
planté en el hospital a primera hora de la mañana. Lo de los pendientes y el
abrigo era una cuestión de "atrezo", para dar la imagen de señora
bien de toda la vida capaz de hacer llamadas telefónicas a mover influencias;
como puedes comprobar, iba desde el principio con malas intenciones.
Busqué
Atención al Paciente y en cuanto me senté enfrente a la secretaria, enfermera o lo que fuese, le
solté de un tirón y sin titubear (lo llevaba ensayado de casa) mi profunda
preocupación por el abandono en que me tienen; dí todo tipo de fechas y
detalles, y cerré la solfáma con estas perlas escogidas:
_
Claro, el caso sería muy distinto si yo fuera un inmigrante, a ser posible
musulmán, recién llegado, sin trabajo y sin papeles. Entonces estaría a cuerpo
de rey en una habitación individual, con intérprete, asistente social,
psicólogo y menú a la carta ¿no? Pero como sólo soy una española que lleva toda
la vida trabajando y pagando Seguridad Social e impuestos, no hace falta que se
den prisa por mí.
A
estas alturas y por culpa del tremendo calor que hace en el hospital me notaba
la cara y las orejas ardiendo, pero no me quité el abrigo porqué pensé que así,
toda congestionada, parecía más furibunda. Lo del musulmán no era una invención
mía, me lo había contado una vecina que tuvo a su madre de ochenta y tres años
aparcada durante dos días en un pasillo con la cadera rota "porque no
quedaban camas libres", así que yo sabía muy requetebién lo que estaba
diciendo.
Mira,
ya sé que suena xenófobo, racista de mierda y todo lo que quieras, pero el caso
es que la señorita que me atendía empezó a llamar por teléfono y a trastear en
el ordenador para acabar diciéndome, la mar de obsequiosa y atenta:
_
Señora, vuelva a su casa tranquila que en esta semana tendrá noticias nuestras,
se lo aseguro. La llamaremos por teléfono o le enviaremos una carta para que
acuda a su oncólogo y pueda comenzar el tratamiento, que tiene usted razón y le
vamos a solucionar el problema, sobre todo no se ponga nerviosa...
Me
dejé apaciguar un poco, no mucho, y me fui de allí con un taconeo digno de
Carmen Amaya; de vuelta a casa hice un alto para tomarme un café con leche y
dos churros (las rabietas me dan hambre) y no había hecho mas que entrar en el
piso cuando oí el timbre del teléfono. No te lo vas a creer, era ya del hospital:
el oncólogo me recibiría el próximo martes por la tarde, dentro de cinco días.
Lo
peligroso de este asunto es que he aprendido una lección malísima, y ahora
estoy dispuesta a ponerme como una fiera en cuanto crea que las cosas no
funcionan correctamente. Me fastidia un poco lo sucedido porque yo siempre he
tratado de no organizar alborotos y suelo pecar más bien de prudente, pero el
caso es que ahora me siento muchísimo mejor sabiendo que todo está ya en marcha
y bien encarrilado.
Me
voy a tomar una caña y unas tapitas con dos compañeros de trabajo, para que me
pongan al tanto de los últimos cotilleos laborales. Dentro de cinco días te
contaré cómo ha ido la consulta con el oncólogo y todo lo que me espera a
partir de entonces...
Hasta
pronto. Besos para tí de esta fiera corrupia.
Nekane.
No hay comentarios:
Publicar un comentario