28º CARTA
Febrero de 2011
Querido Pablo:
Ayer fue mi día de las rectificaciones.
Reparé una injusticia y comprobé lo buenas personas que son algunos(
seguramente muchas) inmigrantes. ¿Recuerdas que en una carta anterior hablé mal
de uno, un musulmán que casi logro poner patas arriba el hospital Clínico con sus exigencias? Bueno, pues ahora
me toca hablar bien de una señora Ecuatoriana que cuidó a mis padres durante su
último año y que se portó con ellos fenomenal, tuvo una paciencia y una
amabilidad enormes. Pero me estoy liando, te voy a contar las cosas de una en
una y en orden.
Resulta que cada cinco de febrero el
profesor de religión del colegio nos trae con toda puntualidad a las compañeras
una bolsa de "tetas" de Santa Águeda bendecidas, para preservarnos de
las enfermedades relacionadas con las glándulas mamarias. ¿Te acuerdas de esta
tradición? A lo mejor no, porque al ser varón no necesitas la protección de la
santa. Por si no lo sabías o se te ha olvidado desde que estás lejos, te
informo de que las "tetas" en cuestión son una especie de
magdalenitas muy redondas y con un pegote de azúcar en la punta. Vaya, de lo
más sugerentes, ya te lo puedes imaginar.
Bien, pues el día cinco me llamo este
profesor para invitarme a un café y darme las famosas "tetas",
sugerencia a la que respondí con un bufido tremendo. Le dije que todos los años
me las he comido devotamente y no me han servido para nada: se acabó, he
perdido completamente la fe en Santa Agueda y no pienso comer ni una teta más, por muy bendecidas que estén. ¡<son
absolutamente ineficaces!
Luego reflexioné, me sentí culpable y
llame al compañero para pedirle disculpas e invitarle a un chocolate con
churros en Porta (¿te acuerdas?. Se había tomado muy bien mi desplante, se reía
al acordarse del resoplido que le dí y nos despedimos tan amigos como siempre.
Al volver a casa después del chocolate
me fijé en una pareja que estaba en la acera, parados justo delante de mi
portal, y cuando la mujer me vio se le ilumino la cara de oreja a oreja; la reconocí
enseguida, era Margarita, la señora ecuatoriana que cuidó a mis padres, y para
que veas lo agradecida y sentimental que es la pobre mujer: estaba enseñándole
a su marido , que acababa de llegar de su país, la cas de mis padre y la mía, y
dando un paseo por el barrio para que él viera dónde había estado trabajando.
Me alegré mucho de verla porque todos
nos habíamos encariñado sinceramente con ella, así que les invité a un cafecito
y cuando les pregunté si el marido estaba de visita o había encontrado trabajo
aquí, Margarita me explicó que él había venido " para acompañarla en su
enfermedad". Adivina qué tiene: cáncer de mama avanzado, con metástasis en
veintidós ganglios axilares. Me quedé patidifusa, y más aún cuando ella me
soltó, con una sonrisa enorme:
- Pero estoy muy contenta porque aquí en
España me curarán. He tenido mucha suerte, porque si esto me sucede en mi
tierra seguro que no sobrevivo, que allí no hay remedio para estas
enfermedades. ¡ Gracias a Dios que estoy en este país! He tenido muchísima
suerte, señora, ya lo ve.
Estuve apunto de decirle que yo me
encontraba en la misma situación que ella, pero me lo pensé mejor y me limité a
darle ánimos y a decirle que sí, que aquí la atenderían muy bien y que estaba
segura de que conseguiría superar la enfermedad. Me dieron la razón y se
marcharon tan contentos, dejándome con la sensación de que soy una bruja
desagradecida que se queja al menor contratiempo. Bueno, el cáncer no es
exactamente un "contratiempo", pero ya entiendes lo que quiero decir.
Después me ría sola acordándome de
cuando Margarita daba de comer a mi padre, que estaba ciego y completamente
desorientado, él le decía muy digno:
- El menú estaba exquisito, joven. Le
voy a dejar una buena propina.
Qué barbaridad, qué tarde se me ha
hecho. Te dejo, voy a preparar la comida que
Diego llegará de un momento a otro.
Un beso para tí.
Nekane.
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