26 de octubre de 2017

28º Carta

28º  CARTA
Febrero de 2011

        Querido Pablo:
        Ayer fue mi día de las rectificaciones. Reparé una injusticia y comprobé lo buenas personas que son algunos( seguramente muchas) inmigrantes. ¿Recuerdas que en una carta anterior hablé mal de uno, un musulmán que casi logro poner patas arriba el hospital  Clínico con sus exigencias? Bueno, pues ahora me toca hablar bien de una señora Ecuatoriana que cuidó a mis padres durante su último año y que se portó con ellos fenomenal, tuvo una paciencia y una amabilidad enormes. Pero me estoy liando, te voy a contar las cosas de una en una y en orden.
        Resulta que cada cinco de febrero el profesor de religión del colegio nos trae con toda puntualidad a las compañeras una bolsa de "tetas" de Santa Águeda bendecidas, para preservarnos de las enfermedades relacionadas con las glándulas mamarias. ¿Te acuerdas de esta tradición? A lo mejor no, porque al ser varón no necesitas la protección de la santa. Por si no lo sabías o se te ha olvidado desde que estás lejos, te informo de que las "tetas" en cuestión son una especie de magdalenitas muy redondas y con un pegote de azúcar en la punta. Vaya, de lo más sugerentes, ya te lo puedes imaginar.
        Bien, pues el día cinco me llamo este profesor para invitarme a un café y darme las famosas "tetas", sugerencia a la que respondí con un bufido tremendo. Le dije que todos los años me las he comido devotamente y no me han servido para nada: se acabó, he perdido completamente la fe en Santa Agueda y no pienso comer ni una teta más,  por muy bendecidas que estén. ¡<son absolutamente ineficaces!
        Luego reflexioné, me sentí culpable y llame al compañero para pedirle disculpas e invitarle a un chocolate con churros en Porta (¿te acuerdas?. Se había tomado muy bien mi desplante, se reía al acordarse del resoplido que le dí y nos despedimos tan amigos como siempre.
        Al volver a casa después del chocolate me fijé en una pareja que estaba en la acera, parados justo delante de mi portal, y cuando la mujer me vio se le ilumino la cara de oreja a oreja; la reconocí enseguida, era Margarita, la señora ecuatoriana que cuidó a mis padres, y para que veas lo agradecida y sentimental que es la pobre mujer: estaba enseñándole a su marido , que acababa de llegar de su país, la cas de mis padre y la mía, y dando un paseo por el barrio para que él viera dónde había estado trabajando.
        Me alegré mucho de verla porque todos nos habíamos encariñado sinceramente con ella, así que les invité a un cafecito y cuando les pregunté si el marido estaba de visita o había encontrado trabajo aquí, Margarita me explicó que él había venido " para acompañarla en su enfermedad". Adivina qué tiene: cáncer de mama avanzado, con metástasis en veintidós ganglios axilares. Me quedé patidifusa, y más aún cuando ella me soltó, con una sonrisa enorme:
        - Pero estoy muy contenta porque aquí en España me curarán. He tenido mucha suerte, porque si esto me sucede en mi tierra seguro que no sobrevivo, que allí no hay remedio para estas enfermedades. ¡ Gracias a Dios que estoy en este país! He tenido muchísima suerte, señora, ya lo ve.
        Estuve apunto de decirle que yo me encontraba en la misma situación que ella, pero me lo pensé mejor y me limité a darle ánimos y a decirle que sí, que aquí la atenderían muy bien y que estaba segura de que conseguiría superar la enfermedad. Me dieron la razón y se marcharon tan contentos, dejándome con la sensación de que soy una bruja desagradecida que se queja al menor contratiempo. Bueno, el cáncer no es exactamente un "contratiempo", pero ya entiendes lo que quiero decir.
        Después me ría sola acordándome de cuando Margarita daba de comer a mi padre, que estaba ciego y completamente desorientado, él le decía muy digno:
        - El menú estaba exquisito, joven. Le voy a dejar una buena propina.
        Qué barbaridad, qué tarde se me ha hecho. Te dejo, voy a preparar la comida que  Diego llegará de un momento a otro.
        Un beso para tí.

        Nekane.



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